Que pase el que sigue
O Perder el Tiempo
Editado por Maor Hashabat, de la comunidad Ahabat Ajim, Lanus, Argentina. Editor responsable:Eliahu Saiegh
Estar parado en una fila, es algo que a nadie le gusta, y con razón.
Sentimos que estamos perdiendo el tiempo, seguramente nos están esperando en otro lugar, tenemos tanto por hacer…
No debe haber una persona en el mundo que sea parte de una larga fila, en la parada del colectivo, en la caja del supermercado o en el banco, que pasado un tiempo prudencial, no comience a impacientarse y a experimentar la conocida sensación: ´estoy perdiendo el tiempo´ o ´estoy tan apurado…´.
En realidad, este es un sentimiento normal, la pérdida de tiempo es algo odiado por todos. Solo quien tiene un libro a su alcance y puede estudiar mientras espera, sentirá que lo aprovechó completamente.
Pero vayamos a nuestra historia.
Soy una persona muy ocupada y mi esposa, con la que estoy casado hace quince años, se esfuerza por no perturbarme con problemas domésticos, a pesar de la carga natural que representa la crianza de seis niños pequeños.
«No te preocupes, yo me arreglo», me dice siempre que le ofrezco ayuda. Y realmente no se cómo hace, pero tiene un método muy eficaz gracias al cual siempre sale adelante. Ella es verdaderamente una mujer virtuosa.
Sin embargo, una mañana, antes de salir para mi trabajo, me dice:
«Elazar (nuestro bebé de un año y medio), tiene fiebre y está muy decaído, lamentablemente, ni tu mamá, ni la mía, se encuentran en la ciudad y ninguna de mis hermanas ni vecinas están disponibles para llevarlo al doctor. Yo tengo una entrevista muy importante de trabajo y estoy muy retrasada, por favor, llévalo tú a la guardia y luego tráelo a casa y acuéstalo a dormir, que yo me ocupo de conseguir alguien que lo cuide».
No hay más remedio. Créanme que no recuerdo haber faltado a mi trabajo en los últimos años ni una vez, pero cuando se trata de la salud, y más aún de la salud de mi hijo, esto desplaza todo el resto.
Son las 8:45 de la mañana, me dirijo rápidamente al hospital, con la esperanza de ser atendido rápidamente. El niño será revisado, analizado, medicado e inmediatamente volveremos a casa. De esta forma será solo un pequeño retraso.
El reloj marca las 9:00 y entro con Elazar a la sala de espera, me siento en uno de los bancos, miro a mí alrededor, y gracias a D-os, delante nuestro solo se encuentra una señora con su bebé. Ella entra al consultorio, el siguiente es nuestro turno…
A los diez minutos, la mujer sale y me dispongo a entrar, levanto a mi bebé de su cochecito, cuando irrumpe en la sala de espera una pareja de padres, trayendo en sus brazos a un niño de unos tres años ensangrentado de la cabeza a los pies.
«Disculpe señor», me pide el padre, «usted podrá darse cuenta que esto es urgente».
¿Qué puedo hacer? Seguramente el niño se cayó y se lastimó, acepto comprensivamente dejarlos pasar.
Durante más de media hora estuvo ocupado el médico, con la ayuda de la enfermera, en las curaciones del pequeño. Se fueron siendo las 9:45. «Bien», me alegré, «es mi turno.
De pronto aparece en la sala de espera una señora mayor, apoyada en su bastón y se dirige a mi suplicante: «Siento un dolor muy fuerte aquí, necesito que me atiendan… ¿sería capaz de cederme su lugar?»
«Ribonó Shel Olam», pensé, «debemos respetar a los ancianos, pero mi bebé también necesita atención».
Pero el doctor, que observaba desde la puerta de su consultorio, me hizo una seña dándome a entender que se trataba de una situación crítica, debía dejarla pasar…
La anciana entró y evidentemente se trataba de un caso complicado, ya que tanto el doctor como la enfermera salían y entraban, llamaron a un especialista, y así pasó casi una hora. A las 10:40 llegó una ambulancia que trasladó a la señora hacia otro centro de atención.
Nuevamente tomo a Elazar en mis brazos y decido íntimamente que pase lo que pase, no cederé mi turno, también mi hijo necesita ser atendido.
Me sobresalto por el golpe de las puertas de entrada, abiertas bruscamente y con apuro por dos señoras que traían apoyada sobre sus hombros, a una joven, pálida como la leche.
El doctor no necesitó hacerme ninguna señal. Inmediatamente comprendí que también en este caso ella tenía prioridad y la palidez de la cara de la paciente le abrió el camino hacia el consultorio, y a mí y a mi hijo Elazar no nos quedó más que esperar una salvación inmediata, que seguramente llegaría.
Pasaron otros cuarenta minutos, mientras tanto, la sala de espera se llenó de niños con sus madres. Todos sabían que yo era el primero de la fila. Pero estar a la cabeza de la fila, era solo una cuestión semántica.
A las 11:30, sale el doctor y nos informa a todos: «Lamento comunicarles que debo retirarme por una urgencia, ya que me reclaman de la sala de cirugía, en media hora llegará otro doctor que me reemplazará y los atenderá a todos».
Miro mi reloj digital y comienzo a sentir que mi paciencia se agota… Elazar empieza a lloriquear y yo no tengo experiencia en chupetes y mamaderas… pasan los minutos y el doctor no llega.
Comienzo a fastidiarme y siento que el enojo comienza a hervir dentro de mí, el vapor se expande y amenaza con estallar después de horas de espera, si tuviera plumas, seguramente ya hubiera volado.
Después de treinta y cinco minutos llegó finalmente el doctor, sonriente y de buen humor. «Les pido disculpas, pero recién en media hora podrá ingresar el primero de la lista, ya que primero debo atender una ínter consulta por un paciente en grave estado».
En realidad solo pasó un cuarto de hora, cuando se abrió la puerta del consultorio, me dispuse a ingresar, pero sin despegar mi mirada de la entrada a la sala de espera, rogando que no irrumpiera ningún niño accidentado o un anciano con suero. Que todos tengan salud hasta los ciento veinte años, ¡¿pero cuándo tendré el mérito de ejercer mi derecho de ser el primero en la fila?!
Ocurrió el milagro. Nadie se interpuso. Pude entrar con mi bebé y sentarme frente al doctor.
Este tomó a Elazar, lo acostó sobre la camilla, sacó una pequeña linterna y con una cuchara le revisó la garganta, controló sus latidos, golpeó su espalda y luego me dijo:
Señor… es un milagro que yo esté aquí, acérquese que le explico. Comencé mi carrera hace treinta años como pediatra, pero con el tiempo comencé a interesarme en el estudio de los síntomas de las alergias. Ahora, soy profesor de alergia, esta es mi especialidad desde hace quince años. Hoy estoy aquí porque no encontraban quien reemplace al doctor, a quien se le presentó una urgencia, y me pidieron que yo lo hiciera por esta vez.
Ahora bien, con respecto a tu hijo Elazar, el padece una alergia muy rara, que aparece en los niños en la proporción de uno en un millón. Ningún pediatra tiene las herramientas ni la información para reconocer esta alergia, cuyos síntomas son similares a los de la neumonía, por consiguiente, el tratamiento que hubiera recibido su querido hijo, no hubiera sido el adecuado y probablemente los síntomas se hubieran agravado, hasta que alguno de los doctores sospechara que se trata de una alergia, y recién en ese momento me lo hubieran derivado a mí. La buena noticia es que, con un tratamiento de solo siete días, con la ayuda de HaShem, Elazar se podrá curar completamente. Agradece a HaShem que hoy me mandó aquí…»
¿Qué más puedo decir? Está de más aclarar que Elazar se curó completamente, en unos días se fue la alergia y recuperó la energía.
La falta de tiempo es un mal de nuestra sociedad. Siempre estamos apurados y tenemos muchas obligaciones a las que debemos hacer frente. Pero ¿cuánto tiempo le hubiera costado a este padre no esperar a que su hijo fuera atendido, por cumplir con sus ´obligaciones laborales´? ¿Cuánto tiempo le hubiera demandado llegar al médico que hiciera el diagnóstico correcto?
Nuestro tiempo es valioso, por eso vale la pena invertir un poco de él en nuestros hijos, conversar unos minutos con ellos, contarles un cuento antes de dormir, jugar aunque sea un rato, en definitiva, hacerlos sentir que son ellos, realmente, lo más valioso para nosotros.
27 de septiembre de 2013