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You are here: Home / Judaismo / La Justicia de Adonai

La Justicia de Adonai

02/07/2011 Por Publicaciones Leave a Comment

la_justicia_de_adonai

En la era actual, todos y cada uno de nosotros nos encontramos es un mundo donde violencia es el verbo, el adjetivo, el sustantivo incluso, el todo de una sociedad irónicamente decadente a la vez que dotada con todos los medios y recursos para conquistar el universo conocido y florecer como raza,

Violencia, como acabo de decir, es el todo de la sociedad globalizada, posmodernista y complejamente virtual del naciente tercer milenio. Hay violencia en el cine, en la televisión, en la música, en las series y caricaturas infantiles, en los juegos de video, en la Internet, en las revistas y demás prensa escrita, etc. Solo pensando en que, por si acaso no la hubiera, sólo basta con alcoholizarse un poco –ni siquiera hay necesidad de drogarse– para transformarse en un ser violento.

Analizando un poco lo que han estudiado muchos filósofos acerca del comportamiento violento del ser humano, encontramos que «el ser humano es un prodigio de la naturaleza, porque llega a ella como el animal más indefenso e inerme: desnudo, descalzo y desarmado, pero que en cambio, le ha dado la razón, el habla y las manos». Es por ello que para sobrevivir, el hombre ha tenido que recurrir a toda la violencia de que puede ser capaz, sobre todo si se le compara con especies mejor dotadas para la lucha y capaces de adaptarse mejor a los rigores climáticos.

A pesar y a favor de ello, el hombre ha utilizado su imaginación, creatividad, genialidad y talento para someter al mundo y a los habitantes de éste en beneficio suyo.

Sin embargo, las atrocidades que a diario se ven en los periódicos y la televisión rebasan la peor noche de delirio y pesadilla de cualquier loco, pues mientras que éste se encuentra enfermos, aquellos que secuestran, que torturan que hieren, que violan o que matan como a veces nos toca ver o saber, están enfermos del alma, o quizá peor: ni siquiera la tienen ya.

Y es que una cosa es el uso de la fuerza, por extrema que pueda ser, en pos de la supervivencia y la evolución, y otra, la aplicación de la crueldad a sangre fría, de la violencia por la violencia misma, de la furia, del odio, y de la maldad por puro placer, incluso sin justificaciones ni pretextos de ningún tipo. Así, con desfachatez y cinismo.

Vemos que hay muchas clases de violencia, aunque todas desembocan en la violencia física o psicológica: segregación racial, adicción al alcohol y a los enervantes, delincuencia menor, vandalismo, delincuencia organizada, etc. Este terrible mal da pauta para que el hombre se destruya a sí mismo, irremediable y tristemente.

Para muchos investigadores, el origen de la violencia es parte de una cuestión cultural, o mejor dicho, tiene sus raíces en los conocimientos, tradiciones, usos, costumbres y manifestaciones de los pueblos, quizá desde hace miles de años, aunque inciden en ello otros factores como la herencia, es decir, «a caracteres innatos producidos por la herencia genética, (según la teoría biológica del comportamiento) o el medio socio-cultural (teoría sociológica), donde toda persona es normal, pero el medio ambiente, sus relaciones, la educación y la familia lo pueden inducir a la violencia». Para este último caso vemos como en la antigua Roma, considerada como la cuna de la civilización occidental, «la mujer, los niños y los esclavos eran considerados como objetos de poco valía: eso hacía que fueran considerados en condición de sometimiento y sujetas a la autoridad de alguien. Ese alguien, conocido en el sistema romano como “el paterfamilias” era quien ejercía autoridad suficiente sobre sus descendientes y todos aquellos que dependieran de él. Así, cualquiera de ellos, podía ser repudiado e incluso asesinado sin mayores problemas para el hombre, independientemente de la causa que motivase su fin.

Estamos llegando a Shavuot: conocido también como “Zmán Matán Toratéinu” o tiempo de entrega de Nuestra Tora; es la festividad que se celebra al cabo de los 49 días del computo de Omer, y se denomina Shavuot porque tiene lugar siete semanas después de Pesaj, y es un tiempo que nos acerca a un lugar, nos eleva hacia una montaña, nos invita a prestar oídos y poner nuestro corazón al servicio de un instante único, irrepetible y, por sobre todo, trascendente; momento en el que suponemos haber dejado atrás la esclavitud, para entrar a un período de libertad física y, por sobre todo, espiritual, en la cual nuestros deben dirigirse hacia lo sublime, lo eterno; donde no hay posibilidad para la idolatría, donde sabemos, a través de los diez mandamientos, que «No tendrás otros dioses delante de Mi…»; momento especial no sólo para el pueblo de Israel sino para todas las naciones, tal como nos enseñan nuestros sabios con la siguiente parábola:

Las naciones que presenciaron la conmoción pero no sabían su causa llegaron a Bilám quien era famoso por su sabiduría y lo interrogaron, «¿Está Hashem a punto de traer otro mabul (diluvio) sobre la tierra?»

«No,» Bilám tranquilizó a las naciones, «el mundo está en actividad porque Hashem está entregando la Torá a Su pueblo.»

A través de la Torá, Hakadosh Baruj Hu: nos enseña “y elegirás la vida”. Con esta orden nos dice que si queremos la vida, si pretendemos ser merecedores de vivir, tenemos que “elegir”, y la elección requiere meditación, dedicación y búsqueda; es decir, que el hombre debe elegir  sólo lo bueno, dedicándonos al estudio de la Torá que estamos pronto a recibir; ¿cómo hacerlo? Con fe, tal como hicimos en el monte cuando aceptamos recibirla a través de Naasé ve Nishmá, aceptando Sus enseñanzas, confiando en El, en Su justicia y su sabiduría, a pesar de las contradicciones y la violencia que por la cual atraviesa el mundo que nos rodea. La historia nos demostró que un judío puede seguir siendo judío frente a muchas circunstancias, y aunque en algún momento haya decidido alejarse del camino de Hashem, siempre tiene una “chispa” encendida en su interior y el estudio de la Torá es la que permitirá avivarla, para confiar siempre en la Justicia de Adonai.

¿Qué nos enseñan nuestros sabios a través de parábolas y cuentos al respecto?

Leamos:

Moshé era muy sabio. Y no era de extrañar.

Adonai mismo le había enseñado toda clase de ciencias y sabidurías.

Además había abierto sus ojos para permitirle ver todo lo que sucedería en futuras generaciones. Moshé pudo ver a todos los reyes, jueces y líderes de Israel que le sucederían, a través de las edades.

¡Qué magnífica visión! Como por una pantalla, la gente buena y justa desfilaba ante sus ojos; pero también vio hombres malvados y crueles.

Vio las sonrisas de la gente feliz, y las lágrimas de los pobres y los infelices. A Moshé le pareció que, por extraño que fuere, las personas buenas, nobles y justas, eran en su mayoría pobres, mientras que los ricos y poderosos eran generalmente malvados.

— ¡Oh, bueno y justo Adonai, Juez Supremo del mundo! —Exclamó Moshé— ¿Cómo puedes soportar tanto mal y tanta injusticia? ¿Por qué prosperan los malvados mientras sufren los justos? Te imploro, Oh Adonai, ayúdame a comprenderlo, a entender Tus actos, Tus leyes de justicia, para que pueda alabar Tu sabiduría y piedad y enseñarlas a todos.

—He escuchado tus oraciones, mi siervo Moshé —contestó el Creador— Te mostraré Mi justicia. Será, sin embargo, una breve mirada, pues ningún ojo humano puede verlo todo. Ahora abre tus ojos y contempla lo que te muestro.

Moshé abrió los ojos y vio. Vio un arroyo que corría pacíficamente colinas abajo.

Sus aguas, puras como el cristal, brillaban al sol.

De pronto apareció un caballero montado en su magnífico corcel. El jinete se detuvo ante el arroyo, desmontó y llevó a su caballo hasta el agua. Observó mientras su caballo bebía, y luego se arrodilló y también él bebió del agua clara y fresca.

Mientras estaba agachado, su bolsa con el dinero se deslizó de su bolsillo), sin embargo, el caballero no se percató de ello.

Habiendo bebido, jinete y caballo se alejaron tan rápidamente como habían llegado.

Poco después, un joven pastor apareció sobre la colina, dirigiendo sus ovejas hacia el agua.

Habiendo dado de beber al rebaño, se aprestaba a dejar el lugar, cuando avistó la bolsa.

— ¡Viva! — Gritó, al levantarla y comprobar que estaba repleta de monedas de oro y plata— ¡Qué suerte! —exclamó nuevamente. Se acabaron mis sufrimientos. Basta de malos tratos y azotes. Dejaré a mi amo inmediatamente y regresaré al lado de mi querida madre. Compraremos un campo y una casa y viviremos felices para siempre.

La alegría del muchacho era incontenible, mientras guiaba el rebaño de vuelta al hogar, con más vigor que nunca.

El polvo ya se disipaba sobre la orilla del arroyo cuando un anciano llegó bajando trabajosamente la colina. Tenía aspecto cansado y se apoyaba pesadamente sobre su bastón.

Cuando finalmente llegó a orillas del arroyo, se acomodó sobre la arena, extrajo unos trozos de pan viejo que procedió a mojar en el agua y comió. Luego puso su atado debajo de su cabeza y pronto estuvo profundamente dormido.

Entretanto, el caballero había descubierto su pérdida.

Sabía que debió perder el dinero cuando se agachó a beber en el arroyo, de manera que dio media vuelta y emprendió a rápido galope el retorno hacia el lugar.

— ¡Eh, tú! ¡Despierta, mendigo! —le gritó al viejo que dormía, mientras lo zarandeaba con ambas manos.

El viejo mendigo se despertó, sobresaltado

— ¿Qué quieres?

— ¡Sabes muy bien qué es lo que quiero! ¡Vamos, devuélveme mi bolsa, ahora mismo!

—Debes estar fuera de vuestro sano juicio, hombre —replicó el mendigo— ¿Por qué no me dejas dormir?

—Escucha, viejo ladrón —rugió el caballero— Se me cayó mi bolsa aquí hace un rato, y tú eres el único que la pudo haber recogido. ¡Es mejor que me la entregues o te mataré!

El pobre mendigo sólo atinó a reírse, sin embargo, el furioso caballero sacó su espada y la hundió en el cuerpo del anciano.

A continuación revisó el atado de éste y sus bolsillos, pero en vano, no pudo encontrar ni rastros de su bolsa.

Se encogió de hombros, sorprendido, montó y se alejó a todo galope. Al ver este asesinato a sangre fría, Moshé quedó anonadado.

— Oh, Adonai —exclamó— ¿cómo pudiste dejar que un viejo, inocente indefenso hombre, fuera brutalmente muerto, mientras que el verdadero culpable, el joven pastor, se alejaba con el tesoro?

—No te apresures —llegó la respuesta de Adonai— ¿Ves esa escalera allá? Sube en ella un escalón y observa. Ningún ojo humano vio jamás tanto, pero tú verás cómo se hace justicia, y que todos Mis modos de actuar son justos.

Moshé ascendió por la escalera indicada por Adonai.

Una escena enteramente diferente se abrió ante sus ojos.

Vio un granjero rengo que caminaba con una muleta, y un niño pequeño a su lado, tomado de su mano mientras caminaban.

Vio un salteador emboscado que de pronto se abalanzó sobre el granjero, lo apuñaló, tomó su bolsa y se alejó corriendo… Un jinete que pasaba escuchó los gritos del niño, pero permaneció indiferente… Tranquilamente, recogió la bolsa que el ladrón había dejado caer en su apuro, y se alejó en su caballo…

Nuevamente quedó Moshé horrorizado pero pronto escuchó la palabra de Adonai.

—Escúchame, Moshé, y lograrás comprender que gobierno al mundo con justicia. El mendigo que viste asesinar a orillas del arroyo es el mismo que mató al granjero rengo y le robó su dinero. El jinete que observó indiferente el asesinato, ejecutó él mismo al asesino más tarde, pues era el caballero que perdió la bolsa en el arroyo. Había encontrado la bolsa que el mendigo robó al granjero, pero no la devolvió al niño. De manera que también la perdió. El pastor era el hijo del granjero, y como legítimo heredero, finalmente obtuvo el dinero. ¿Ves, ahora, que aquel que derrama la sangre de un hombre inocente, su sangre será a su vez derramada, y nadie se beneficia con el robo?

Entonces exclamó Moshé: «El Eterno es leal, sin iniquidad, justo y equitativo es El» (Devarim / Deuteronomio 32:4).

Aunque El sea la Roca (el fuerte) perfecta es su obra, porque todos sus caminos son justicia; El Eterno es fiel y sin iniquidad, justo y recto es El. Cuando pecan se hacen mal a sí mismos y no a Eterno; no procediendo correctamente dejan de ser considerados sus hijos, y ese es su defecto: son generación tortuosa y torcida
Hatzúr tamím paólo ki kol drajáv mishpát el emuná veéin abél tzadik veyashar hu. Shijét lo lo banáv mumám dor ikésh uftaltól.

 

Terminado de redactar en el día Shabat,  Iyar 24, 5771 · Mayo 28, 2011

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