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La muerte en el judaismo

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La muerte en el judaismo

La Muerte en el judaísmo.

Conceptos básicos.

En el judaísmo siempre ha existido la idea de muerte, la idea de que el hombre no es inmortal y no es para siempre, puesto que se nos enseña que:

«De la tierra vienes y a la tierra retornarás».

Este principio básico, sale desde el mismo concepto que el hombre, a pesar de ser creado a imagen y semejanza de Adonai, tiene un alma y un cuerpo que fue creado con tierra inanimada:

La Torá se expresa acerca de este punto con las palabras Ki afar atá(polvo éres)

También tenemos una afirmación semejante en el libro de Kohelet 12:7 que dice:

Y el polvo se torne a la tierra, como era, y el espíritu se vuelva al Eterno que lo dio.”

Por lo tanto y, gracias a este concepto, el hombre se ha ideado muchas formas, muchas costumbres y prácticas específicas que tienen que ver con este momento, en el cual se va a observar un tiempo que se va a denominar  duelo o luto.

Dicha práctica la encontramos desde mucho tiempo atrás,  desde los mismos patriarcas y la primera fuente está  en el libro de Bereshit / Génesis, donde encontramos el momento en el cual Abraham, al morir su esposa Sara, tuvo  que ocuparse de conseguir un lugar donde enterrarla.

La historia nos cuenta cómo fue que consiguió comprar una cueva en la cual, según la enseñanza de nuestros sabios, sabemos que allí están enterrados los patriarcas y sus esposas,

Gracias a ello, Abraham dejó un camino señalado, casi que para toda la humanidad.

También la Torá nos cuenta como el pueblo  lloró a Moshé, el día que falleció, 7 de Adar, y cómo guardaron luto.

Son muchas las referencias que encontramos acerca de la muerte en la Torá: Ella misma nos relata que el ideal es que

el hombre «duerma con sus padres.»

Muchos de los estudiosos han logrado afirmar que la creencia judía de que «este mundo es la antecámara del próximo» ha sido inspirada en la especulación gentil masiva acerca del cielo, el infierno y el purgatorio, especialmente desde la época de Moshé con el éxodo de Mitzráim /Egipto, donde la historia nos enseña la costumbre que tenían en esa región de embalsamar a sus seres fallecidos y prepararle “su viaje” con todos los objetos personales, y a partir de ello suelen  aceptar que la muerte es un “cambio de estado”, especialmente en aquellos que son considerados como justos (tzadikim), quienes realmente no mueren sino que «parten» o «suben» a un plano diferente.

Para todas las enseñanzas que hay en el judaísmo acerca de la muerte, nuestros Sabios, han profetizado acerca de un mundo en el que no habrá más muerte, y ellos escribieron:
«Nos estamos acercando cada vez más a un mundo en el que hemos de vencer a la muerte, en el que estaremos por encima y mucho más allá de la muerte».

«No solloces por el hombre muerto que ha hallado descanso»,

suele decir una antigua enseñanza hebrea,

«sino llora por nosotros que hemos encontrado lágrimas».

La ley judía prescribe que todas las elegías hechas en funerales son a la vida y a los miembros sobrevivientes de la familia.

En palabras del Rabino de Kotzk:

Morir es solamente mudarse de una casa a otra.

La persona sabia dedica sus mejores esfuerzos a embellecer aquella casa a la cual se mudará en el futuro.”

Pero…

Pero mientras nosotros envejecemos, y colocamos cada vez más delante de nuestros ojos la perspectiva de un final, llamado muerte, hemos adaptado una serie de costumbres, como lo mencionamos previamente: una de la más conocida en el mundo moderno es, la presencia de una institución comunitaria que se encarga de brindarle al difunto y a sus familiares, una opción de una ceremonia digna: esta institución se llama “Jevrá Kadishá”.

Su primera misión es procurar el entierro inmediato, como lo hizo Abraham con su esposa Sara, considerando, como esta descrito desde épocas remotas en el judaísmo que, cuanto menor sea el tiempo que transcurre entre la muerte y el entierro, es mejor.

Mientras llega el momento del entierro y hasta este momento, el cuerpo del fallecido debe estar tapado, ya que exhibirlo es considerado deshonroso, y no se lo debe dejar solo; además, a la cabecera se le coloca una luz o vela en recuerdo de que “el alma es la luz del Señor” (Mishlé / Proverbios 12:21)..

Su segunda misión se denomina “tahará”, que consiste en purificación del cuerpo, mediante el lavado; esto dado porque se considera que  todo contacto con la muerte contamina, aunque el fallecido haya sido el hombre más justo o el más santo o el más puro.

Se realiza la preparación del cuerpo, el cual debe estar perfectamente limpio y ser tratado como una Torá, ya que el ritual dice que Adonai nos prestó el cuerpo y hay que regresárselo como nos lo dio.

Por ello, las mujeres no pueden llevar maquillaje.

Se le efectúan siete lavados y no hay que abrirlo ni lastimarlo jamás: la sangre no se puede derramar, por ser parte de la persona.

Cuando el cuerpo ya está limpio, se le colocan los Tajrijim (mortajas blancas) y para el hombre, además, se coloca el Talit que usó en vida. Las mortajas, que constan de siete prendas, señalan la igualdad absoluta que existe entre todos los seres humanos en el momento de la muerte.

El siete es un número cabalístico, común en rituales judíos.

La costumbre continúa con una breve ceremonia donde se pronuncia Tziduk Hadin (la aceptación de la Justicia del decreto Divino), en la cual, el rabino pronuncia unas reflexiones sobre el tema de la muerte y sobre la persona fallecida.

Posteriormente, se realiza la Keriá (rasgadura de la ropa que se está usando), que es la manera religiosa de expresar la amargura por la pérdida de un ser querido.

Keriá es una expresión externa de las emociones interiores de aquellos que están de luto y es obligatoria para el padre o madre, hijo/a, hermano/a y los cónyuges.

Culminado este acto, se recita la oración El Malé Rajamín, en recuerdo del alma del ser querido que se ha perdido y se dice el Kadish.

Luego, el cuerpo es llevado para ser enterrado.

Una vez se termina la ceremonia  del entierro, la familia vuelve a casa para guardar el duelo.

Nuevamente

Traemos a colación cómo la Torá para identificar como ella relata el duelo de Yaakov cuando creyó que su amado hijo Yosef  fue despedazado, o el duelo de todo el pueblo cuando murieron Aharón y Moshé en el desierto, rumbo a la tierra prometida.

Para cumplir con el duelo, el doliente  se sienta en el suelo o en cojines de muy baja altura, y comienza el período de la «Shivá«(los siete primeros días de duelo).

Ya mencionamos la plegaria especial de recordación a los fallecidos, el Kadish, la cual fue escrita en arameo, y va a ser recitada por los familiares directos, significando que el doliente acepta o aceptó los designios divinos, ya que esta oración termina diciendo «El que hace la paz en las alturas nos dará la paz a nosotros».

En esta plegaria, aceptamos lo que Yob nos enseña: “El Eterno lo dio y El Eterno quitó, bendito sea su nombre”.

Las cajas o ataúdes que van a ser proporcionados o supervisados usualmente por la Jevra Kadisha, los cuales son los elementos necesarios para poder cumplir con el entierro de los muertos, de acuerdo con las disposiciones legales de muchos países, son completamente austeros;

están hechos solamente de madera, sin ningún tipo de adorno, pintura, ni clavos. Se les quitan las astillas.

A pesar del trance doloroso, los judíos que sufren por la muerte de un ser querido sienten la presencia del Ser omnipotente y omnipresente, la cual los reconforta. «El que hace la paz en las alturas nos dará la paz a nosotros».

A la salida del cementerio, en cualquier ocasión, todos los asistentes proceden al lavado de manos ritual (Netilat Yadaim). De este modo se quiere simbolizar la forma de eliminar impureza creada por el contacto con la muerte, y los deudos reciben las primeras expresiones de consuelo

«HaMakóm Ienajém etjém betój shear aveléi Tzión Virushaláim veló tosífu ledaavá hod

(Que El Eterno les de consuelo junto a los dolientes del Pueblo de Israel y Jerusalém y no sepan más de dolor).

Según la tradición judía y como nos enseñan nuestros sabios, cada uno de nosotros se encuentra en una especie de pasillo, corredor o  antesala, de algo que podríamos denominar como

Mundo Venidero, Más Allá, Olam Habá,

lo que reforzamos con la idea de alguno de los textos talmúdicos que nos dice: Sof adam lamávet”,  que quiere decir que “el fin del hombre es la muerte.”

Este Olam Habá es una forma de vida superior (en calidad de «vida») que todo lo que podamos gozar en éste.

Nuestros rabinos nos enseñan que «más vale una hora de dicha en el Mundo Venidero que toda la vida en este Mundo» (Abot 4:17),

Por lo cual, cualquier deleite de Este Mundo es despreciable en comparación con la recompensa a cosechar en el Olam Habá (Rabino Yehuda HaLevi, en el Sefer Hacuzarí, 1:126).

Esa dicha de la que estamos hablando es aquella que los sabios nos enseñan que corresponde al momento en que nos adherirnos al Eterno, por lo cual, cualquier recompensa en este mundo es despreciable, en comparación con la recompensa de adherirnos al Eterno en el Mundo por venir, el Olam Habá.

Visto de otra manera,

Visto de otra manera, el Olam Habá es una dimensión total y completamente indescriptible, debido a que nuestra muy humana y limitada percepción de las cosas, no nos  capacita para describir exactamente lo que corresponde a esa dimensión, en la que no hay materia ni espacio, no hay distancia, no hay tiempo, ni movilidad, ni cambios; no hay visión, ni sonido, ni hambre, ni calor, ni frío,  esta dimensión es la que le permite al alma humana integrarse a la Eternidad.

Volvemos entonces a las palabras del Rabino de Kotzk, las cuales nos refuerzan el concepto que hemos revisado y por ello entendemos que:

Morir es solamente mudarse de una casa a otra. La persona sabia dedica sus mejores esfuerzos a embellecer aquella casa a la cual se mudará en el futuro.”

De acuerdo con los escritos de Maimónides – Rambam (en su comentario a la Mishná), el requisito básico para ingresar al Olam HaBá es haber cumplido al menos una vez en la vida una mitzvá de manera íntegra, y por ello dicen nuestros sabios, que,

Todo miembro de Israel tiene su porción del Mundo Venidero

El problema entonces parece ser para “los que quedan” porque tienen que enfrentar la pérdida de un ser querido: entonces aparecen los siguientes interrogantes:

¿Cómo pensar siquiera que esa persona a quien tanto se amaba dejó de existir?

¿Cómo acostumbrarse al hecho de que no se la volverá a ver?

En ese momento y desde lo profundo, surge un grito de rebeldía:

¿Por qué él (ella)?

¿Por qué ahora?

¿Por qué a nosotros?

Esto es una renuencia natural, que cultural o socialmente, la hemos adquirido de no aceptar la muerte a pesar de que existe el concepto de que, quienes han sido justos realmente no mueren sino que «parten» o «suben» a un plano diferente, porque” los malvados ya están muertos mientras viven”.

Entonces recordamos las palabras escritas previamente:

la vida es un tránsito, una antesala y es una preparación hacia otra etapa que denominamos “la muerte,”

pero los que quedan “sufren;” sin embargo,nos enseñan también nuestros sabios que este “sufrimiento”  debe ser mesurado y no debe alterar nuestra vida, ya que  las acciones de las personas allegadas al difunto tienen repercusiones en su alma propia y la del fallecido.

Estos “que quedan” deben dedicarse a las buenas acciones, a cumplir con las mitzvot, a estudiar la Torá, de manera que ello nos garantiza la elevación de nuestras almas, y por ende, forman parte del mérito requerido por el alma de la persona que partió de este mundo, como lo escribió el profeta Yeshaiá / Isaías 55:6-9, diciendo:

¡Buscad al Eterno mientras puede ser hallado! ¡Llamadle en tanto que está cercano!
Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos. Vuélvase al Eterno, quien tendrá de él misericordia; y a nuestro Elohim, quien será amplio en perdonar.
Porque Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son Mis caminos, dice el Eterno. Como son más altos los cielos que la tierra, así Mis caminos son más altos que vuestros caminos, y Mis pensamientos más altos que vuestros pensamientos.”

La muerte es…

La muerte es nuestra única certeza y por ser lo único seguro, deberíamos dejar toda connotación filosófica acerca de lo que hay más allá de la muerte a quien realmente compete, al Eterno, y nosotros deberíamos dedicarnos a vivir el aquí y ahora de acuerdo a las normas prescritas en la Torá, la “enseñanza de vida”,  dándonos garantía de la felicidad que necesitamos en este mundo por la promesa que El Eterno nos ha dado al seguir sus mandamientos y sus preceptos.

De acuerdo a la fidelidad e integridad que cada cual tenga al cumplir con los mandamientos, los deudos y cada uno de nosotros obtendremos la retribución en la Posteridad.

Quien más y mejor haya cumplido con los mandamientos, más y mejor gozará del placer infinito del Olam Habá.
Cada uno de acuerdo a sus acciones e intenciones, porque, como está escrito en el libro de Mishlé / Proverbios 8:32-36

Ahora pues, hijos, óiganme: Bienaventurados los que guardaren mis caminos.

Atiendan el consejo, y sean sabios, Y no lo menosprecien. Bienaventurado el hombre que me oye, Velando a mis puertas cada día, Guardando los umbrales de mis entradas.

Porque el que me hallare, hallará la vida, Y alcanzará el favor  del Eterno. Más el que peca contra mí, defrauda su alma: Todos los que me aborrecen, aman la muerte.”

Publicado por 321judaísmo.com

10 de Adar de 5772 – 04 de marzo de 2012

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