TERCERA ENTREGA – CUENTOS JASÍDICOS
1.- EL MENU DE LOS RICOS
El Baal Shem Tov le preguntó a un rico que había ido a visitarle acerca de lo que comía.
-Mis gustos son sencillísimos -respondió el hombre-: vivo de pan, sal y agua.
– ¡Vaya tontería! – el Baal se mostró realmente furioso- ¡Un rico tiene que comer como corresponde! ¡Los manjares más refinados, el mejor hidromiel!
Su visitante se marchó prometiendo cambiar su régimen.
Sorprendidísimos, los jasidim inquirieron al Baal acerca de los motivos del extraño consejo. El Baal les respondió:
– Si come manjares, será capaz de comprender que los pobres necesitan pan. Pero si sigue alimentándose sólo de pan, es capaz de imaginar que los pobres pueden arreglarse con piedras.
2.- EL BAAL Y LOS POBRES.
El Rabino Israel Báal Shem Tov vivía en una casa alquilada y ganaba el sustento con gran modestia. Solía distribuir entre los pobres y en acciones de beneficencia el dinero aportado por sus seguidores y allegados, sin conservar nada para sí.
También solía gastar su dinero en hombres pobres y deshonestos. Cierta vez fue apresada una banda de ladrones, que fueron entregados a las autoridades, sometidos a juicio y condenados a largos períodos de prisión. Sus familias se vieron sumidas en la pobreza y la indigencia, y Báal Shem Tov las ayudó en todo ese lapso. Una vez que los ladrones salieron de la cárcel, ningún judío de Medzibezh quiso darles trabajo, y cuando empezaron a mendigar de puerta en puerta nadie les permitía entrar, por miedo a que volvieran a robar. El Báal Shem Tov tomó conocimiento de esto y nuevamente trató de ayudar a las familias. Cuando sus propios familiares o discípulos manifestaron asombro ante esa actitud, les dijo:
«En momentos difíciles también yo necesito ladrones. Cuando el peso de la ley recae sobre toda la congregación por las acciones deshonestas de algunos, los acusadores triunfan y las puertas de la misericordia se cierran. A cambio de la beneficencia que hago con estas personas deshonestas, los ladrones pueden forzar los candados y abrir esas puertas de par en par ante mí»
Cierta vez entró Rabí Israel Báal Shem Tov con su único hijo, Rabí Tzví, que aún era un niño, a la casa de uno de los judíos más ricos de Medzibezh, en la que vieron vajilla de oro y plata y muebles muy refinados. El pequeño Tzví sintió envidia y al salir, su padre le dijo:
«He notado que sentías envidia en la casa de ese judío acaudalado. En la casa de tu padre tienes una vajilla muy sencilla, y nunca habías visto utensilios de oro y plata.
Créeme, hijo, que si tu padre tuviera dinero suficiente como para comprar muebles vistosos y vajilla de lujo, no lo haría, sino que lo repartiría entre los pobres, y donaría el dinero restante al fondo de beneficencia, sin conservar nada para sí».
3.- ¿CÓMO VAMOS A SABER?
Algunos estudiantes del rabino Baal Shem Tov acostumbraban llegar a él una vez al día, con alguna pregunta: «Cada año viajamos para aprender de usted, rabino; no hay nada que pueda detenernos en nuestra práctica; sin embargo, estamos aprendiendo de un hombre en nuestro pueblo quien se proclama a sí mismo como Tzadik; si el hombre es auténtico, nos gustaría beneficiarnos de su sabiduría; pero, ¿Cómo hacemos para saber si él no es falso?”
El Baal Shem Tov se detuvo unos instantes para observar a sus discípulos, y les dijo: «Ustedes deben probarlo haciéndole una pregunta, pero primero, se las voy a formular a ustedes”. Se detuvo el Baal por unos segundos y continuó: «¿Ustedes ha tenido alguna dificultad con los pensamientos perdidos durante la oración?»
Por su lado, los jasidím respondieron:»¡Sí!» «Hemos tratado de
mantener nuestras sagradas intenciones en la medida en que nos mantenemos en nuestra oración; sin embargo, muchos pensamientos ajenos vienen a nuestra mente. Por más que hemos tratado diferentes métodos, ha sido imposible que ellos no nos provoquen algún tipo de problema”.
«Muy bien,» dijo el Baal Shem Tov. «Pregúntenle, cuál es la manera para detener el proceso en el cual esos pensamientos entren en sus mentes” El Baal Shem Tov se sonrió. «Si él tiene alguna respuesta, entonces, es falso”.
4.- LAS COSAS NO SON SIEMPRE LO QUE APARENTAN
Una vez el rabino Elimelej de Lizenk, percibió a través de su espíritu cuasi- profético, que grandes dificultades y sufrimientos se avecinaban sobre el pueblo de Israel.
Conmocionado por tal situación, no entendía cómo era posible que los grandes sabios y justos que estaban en el cielo no hacían nada para anular el mal que tan evidentemente se estaba avecinando.
Se le apareció entonces su difunto maestro el Maguid de Mezeritch en un sueño y le dijo: «Elimelej, si bien tu percibes que las cosas están tomando una dirección negativa, debo informarte que «desde aquí arriba» las cosas se ven justamente bastante, bastante bien».
Se dirigió entonces el rabino Elimelej a su maestro y en el sueño le preguntó: «¿eso significa entonces que debo dejar de rezar para evitar que las cosas que aparentemente malas sucedan?».
Le contestó su maestro diciéndole: «no Elimelej, mientras tu estés en el mundo material, debes actuar de acuerdo a tu humano entender, y continuar rezando y actuando para que las cosas mejoren. Sin embargo, debes entender que las cosas no siempre son lo que aparentan…».
5.- EL LEÓN Y LOS TRES TOROS
Había una vez un león muy hambriento, que acercándose a un valle vio a tres grandes toros pastando muy plácidamente. Un toro era rojo, el otro negro y el otro blanco.
El león estaba realmente muy hambriento, pero era imposible que pudiese luchar contra tres poderosos toros a la vez y vencerlos.
Se le ocurrió entonces una idea. Se acercó a los toros rojo y negro y les dijo: “miren cuan pálido y desagradable se ve el toro blanco. Déjenme que vuelva mañana por la mañana y yo me lo devoraré, y así ustedes y yo podremos compartir juntos la vida en el valle”.
Los dos toros aceptaron considerar la propuesta y contestarle al día siguiente.
Al llegar el león al valle, los toros le dijeron que efectivamente también a ellos les parecía que el toro blanco se veía muy pálido y desagradable, y que aceptaban gustosos que el león se encargue de devorarlo.
El león se puso manos a la obra, y en pocas horas había acabado con gran parte de aquel toro.
A la semana siguiente, el león estaba nuevamente con muchísima hambre.
Se acerco al valle y al ver a los dos toros pastando, también le pareció que sería una empresa muy difícil poder luchar contra ambos. Se acerco entonces al toro de color rojo y le dijo así: mira al toro negro que sucio y feo que se ve. Déjame venir mañana y devorarlo y tú y yo compartiremos juntos la vida en el valle. El toro rojo aceptó gustoso considerar la propuesta y al día siguiente le dijo al león que también a él le degustaba el aspecto sucio y desagradable del toro negro, aceptando con gusto que se lo ingiera.
El león nuevamente se puso manos a la obra y en pocas horas se lo había devorado casi completamente a aquel toro negro.
Plácidamente se retiró de aquel valle para descansar en su guarida.
En la tercera semana, cuando nuevamente se hallaba con hambre, se acercó al toro rojo y le dijo: “prepárate, pues en unos minutos voy a comenzar a devorarte.
El toro rojo lo mira y le dice: pero ¿Cómo?, ¿No éramos amigos que íbamos a vivir compartiendo juntos la vida en el bosque?
El león lo mira y le dice: amigos … amigos, pero cuando yo tengo hambre dejan de existir los amigos, y efectivamente comenzó a devorarse al último de aquellos toros.
6.- ¿QUIÉN ERES?
Cierta vez, llegó un joven a la casa de un importante Rabino a quién aún no conocía. Al presentarse ante el Rabino, el Rabino le preguntó: “¿quién eres?”.
El joven le respondió: “me llamo Moshé”. El Rabino insatisfecho por su respuesta le dijo: “No te he preguntado cómo te llamas, sino que te he preguntado ¿quién eres?”.
Confundido un poco y luego de meditar unos instantes le dijo: Creó que ya comprendí su pregunta, soy el hijo de Jaim Donner.
El rabino, nuevamente insatisfecho volvió a decirle: “No te he preguntado por la identidad de tu padre, sino que te he preguntado: ¿quién eres?”.
Decidió reflexionar un poco más sobre la pregunta del Rabino, hasta que finalmente le dijo: “Soy un estudiante de la yeshivá ‘Torat Jaim’”.
El Rabino lo miro fijamente a los ojos y por tercera vez le dijo: “no te he preguntado cuál es tu ocupación ni dónde estudias. Te he preguntado sencillamente ¿quién eres?”.
Sintiéndose superado por la insistente y “amenazadora” pregunta aún no contestada, se dirigió el joven al Rabino y le dijo: “me rindo señor Rabino, ¿podría contestarme usted por favor quién soy?
El Rabino lo miro fijamente a los ojos y le dijo: Tú eres el alma divina que hay en ti. No eres ni tu nombre, ni tu ropa, ni tampoco aquello que estudias…
El alma es nuestro “yo” verdadero, y es a ese yo al que con mayor énfasis debemos de tratar de cuidar y alimentar.
2 DE TEVET 5772 – 28 DE DICIEMBRE DE 2011