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Januca Ocho noches ocho milagros

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Januca Ocho noches ocho milagros

Januca 8 noches – 8 milagros

Milagros en el judaismo

En nuestras vidas cotidianas, eventos que pueden ser estadísticamente «imposibles» a menudo los llamamos milagros.

Por ejemplo, cuando 3 compañeros de clase se encuentran accidentalmente décadas después de haber dejado la escuela en un país diferente, pueden considerar esto como «milagroso».

Con el ejemplo anterior, vemos como, los eventos que se consideran «imposibles» no son en absoluto imposibles; tienen una probabilidad matemática, como lo tiene la de ganarse una lotería, o que un rayo le impacte a la misma persona, dos veces en su vida.

¿Cuándo un acto es un milagro, y cuándo no lo es?

Esto suele ser un momento muy personalizado, de acuerdo con cada individuo

Solo para ello, utilizaremos dos historias. la primera, una enseñanza de nuestros sabios:

 

Los sabios enseñaron: Hubo un incidente en el que murió la esposa de un hombre muy pobre, y ella le dejó un hijo para amamantar, y él no tenía dinero para pagar el salario de una nodriza. Y se realizó un milagro en su nombre, y desarrolló senos como los dos senos de una mujer, y cuidó y amamantó a su hijo. Rav Yosef dijo: Venga y vea cuán grande es esta persona que un milagro de esa magnitud fue realizado en su nombre  Abaye le dijo: Por el contrario, cuán deshonrosa es esta persona que el orden de la creación fue alterado en su nombre..

La segunda. una leyenda

Tres personas iban caminando por una vereda de un bosque, un Sabio con fama de hacer milagros, un poderoso terrateniente del lugar y, un poco atrás de ellos y escuchando la conversación, iba un joven estudiante alumno del Sabio.

El poderoso se dirigió al Sabio diciendo: – Me han dicho en el pueblo que eres una persona muy poderosa y que inclusive puedes hacer milagros.

– Soy una persona vieja y cansada… ¿Cómo crees que yo podría hacer milagros? Respondió.

– Me han dicho que sanas a los enfermos, haces ver a los ciegos y vuelves cuerdos a los locos… esos milagros solo los puede hacer alguien muy poderoso.

– ¿Te referías a eso?… Tú lo has dicho, esos milagros solo los puede hacer alguien muy poderoso… no un viejo como yo.

Esos milagros los hace Dios, yo solo pido se conceda un favor para el enfermo, o para el ciego, y todo el que tenga la fe suficiente en Dios puede hacer lo mismo.

– Yo quiero tener la misma fe para poder realizar los milagros que tú haces… muéstrame un milagro para poder creer en tu Dios.

Ante la insistencia de aquél hombre poderoso, el Sabio aceptó mostrarle tres milagros.

Y así, con la mirada serena y sin hacer ningún movimiento le preguntó: – ¿Esta mañana volvió a salir el sol? – Sí, claro que sí.

– Pues ahí tienes un milagro… el milagro de la luz.

– No, yo quiero ver un verdadero milagro, oculta el sol, saca agua de una piedra… mira, hay un conejo herido junto a la vereda, tócalo y sana sus heridas.

– ¿Quieres un verdadero milagro?

¿No es verdad que tu esposa acaba de dar a luz hace algunos días?

– ¡Si! Fue varón y es mi primogénito.

– Ahí tienes el segundo milagro… el milagro de la vida.

– Sabio, tú no me entiendes, quiero ver un verdadero milagro.

– ¿Acaso no estamos en época de cosecha?, ¿no hay trigo y sorgo donde hace unos meses solo había tierra?

– Sí, igual que todos los años. – Pues ahí tienes el tercer milagro.

– Creo que no me he explicado. Lo que yo quiero…

Sus palabras fueron cortadas por el Sabio, quien convencido de la obstinación de aquel hombre y seguro de no poder hacerle comprender la maravilla que existe en todo aquello que le había mostrado señaló:

– Te has explicado bien, yo ya hice todo lo que podía hacer por ti… Si lo que encontraste no es lo que buscabas, lamento desilusionarte, yo he hecho todo lo que podía hacer.

Dicho esto, el poderoso terrateniente se retiró muy desilusionado por no haber encontrado lo que buscaba.

El Sabio y su alumno se quedaron parados en la vereda.

Cuando el poderoso terrateniente iba muy lejos como para ver lo que hacían el Sabio y su alumno, el Sabio se dirigió a la orilla de la vereda, tomó al conejo, sopló sobre él y sus heridas quedaron curadas; el joven estaba algo desconcertado:

– Maestro te he visto hacer milagros como este casi todos los días,

¿Por qué te negaste a mostrarle uno al caballero?,

¿por qué lo haces ahora que no puede verlo?

– Lo que él buscaba no era un milagro, sino un espectáculo.

Le mostré tres milagros y no pudo verlos.

Para ser rey primero hay que ser príncipe, para ser maestro primero hay que ser alumno… No puedes pedir grandes milagros si no has aprendido a valorar los pequeños milagros que se te muestran día a día.

 

En janucá, celebramos el milagro que, una pequeña botella de aceite, con capacidad para encender las luminarias durante 1 día, las enciende por 8 días.

Haremos una revisión de ocho milagros, uno para cada noche, esperemos sea de su agrado

Comite editorial 321judaismo.com

15 de Diciembre de 2017 – 27 de Kislev de 5778

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