Cuentos jasídicos
Séptima entrega.
1.- Enseñaron nuestros maestros: El hombre debe ser siempre amable, como Hillel, y no irritable, como Shammay. En una ocasión dos amigos hicieron una apuesta, diciendo: “El que haga enojar a Hillel recibirá del otro cuatrocientos zuz” (El zuz es una moneda judía cuyo valor equivalía a un denario).
Dijo uno:
– Yo lo conseguiré.
Aquel día era víspera de sábado e Hillel se estaba lavando la cabeza. Se paró el hombre a la puerta de su casa y se puso a decir:
– ¿Dónde está Hillel?, ¿dónde está Hillel? (Le llamó por su nombre, sin anteponerle el título de Rabbí(.
Hillel se envolvió en un manto y salió a su encuentro, diciendo:
– ¿Qué deseas, hijo mío?
– Tengo que preguntarte una cosa, respondió, y estoy impaciente porque me respondas.
– Pregunta, hijo mío, pregunta.
– ¿Por qué los babilonios no tienen la cabeza redonda? ( Hillel era de origen babilonio)
– Hijo mío, le respondió Hillel, has hecho una pregunta muy importante: es porque no tienen comadronas hábiles.
Pasado un rato regresó el hombre:
– ¿Dónde está Hillel?, ¿dónde está Hillel?
Hillel se puso el manto y salió a su encuentro:
– ¿Qué deseas, hijo mío?
Respondió:
– Tengo que hacerte una pregunta, y estoy impaciente porque me respondas.
– Pregunta, hijo mío, pregunta.
– ¿Por qué los tadmoritas tienen los ojos pitañosos?
– Hijo mío, le respondió Hillel, has hecho una pregunta muy importante: es porque viven en lugares arenosos.
Al cabo de un rato volvió el hombre, y dijo:
– ¿Dónde está Hillel?, ¿dónde está Hillel?
Hillel se puso el manto y salió a su encuentro:
– ¿Qué deseas, hijo mío?
Le dijo:
– Tengo que hacerte una pregunta, y estoy impaciente por que me respondas.
– Pregunta, hijo mío, pregunta.
– ¿Por qué tienen los africanos los pies anchos?
– Hijo mío, respondió Hillel, has hecho una pregunta muy importante: es porque viven en lugares pantanosos.
Dijo el hombre:
– ¿Tú eres el famoso Hillel?
– Sí, respondió.
– Pues ¡ojalá no haya muchos como tú en Israel!, contestó el hombre.
– ¿Por qué dices eso?, preguntó Hillel.
– Porque me has hecho perder cuatrocientos zuz.
Dijo Hillel:
– Hijo mío, sé prudente; más vale que hayas perdido cuatrocientos zuz por culpa de Hillel y que Hillel no se haya enfadado.
2.- En cierta lejana comarca había un país de perezosos, cuyos habitantes se pasaban la vida excavando la tierra en busca de tesoros.
Era lo único que querían hacer; pero a pesar que durante muchísimos años cavaron y cavaron, nunca hallaron nada. Por esa razón todos andaban siempre tristes y el rey se había vuelto irritable y rezongón.
Cierta vez llego a ese país un joven alegre y contento, que caminaba a los saltos y silbaba una bella canción. Los cavadores le aconsejaron que dejara de silbar, porque el rey, que siempre estaba enojado, podía condenarlo a muerte.
El joven rió y pidió que lo llevaran a presencia del rey. Los cavadores interrumpieron su tarea y, asustados y sorprendidos, lo condujeron al palacio real. En el camino le preguntaron:
– ¿Cómo te llamas?
– Oved -respondió el joven.
– ¿Por qué silbas todo el tiempo?
– Porque me siento bien y estoy contento.
– ¿Por que estas tan contento?
– Porque poseo mucho oro.
Al oir esto, sus acompanantes se regocijaron grandemente, y al llegar al palacio refirieron todo al rey. El rey pregunto a Oved:
– ¿Es verdad lo que dicen que posees mucho oro?
– Es verdad. Tengo siete bolsas repletas de oro.
El rey se entusiasmo, llamó a sus servidores y ordenó que le llevaran todo el oro. Pero Oved sonrió y le dijo:
– No se apresure, Su Alteza. Hace falta mucho tiempo para que ese oro llegue hasta aquí.
Se halla en una caverna, cuidado por un monstruo de siete cabezas. Sólo yo puedo sacarlo de alli.
Deme todos sus hombres durante un año, y con la ayuda de ellos podré liberar el oro de las garras del monstruo.
El rey no tenia alternativa, e hizo lo que Oved le habia pedido: puso a su disposición a todos sus súbditos, a quienes ordenó que cumplieran las indicaciones del joven.
Oved ordeno a la gente que fueran a buscar caballos y bueyes, que tomara azadas y arados y que roturara todas las tierras fertiles del reino.
Después de arar les ordeno que sembraran, y cuando llego el tiempo de la cosecha, llenaron setenta carros con el trigo de la mejor calidad. Durante todo ese tiempo, el rey alertaba a Oved una y otra vez:
– Si al cabo del año no me traes las siete bolsas repletas de oro, te hare matar…
Oved le explicaba: – Necesito este trigo para tapar las bocas del monstruo- y seguia silbando y cantando alegres canciones.
Durante siete dias anduvo Oved a la cabeza de la caravana de los setenta carros cargados hasta el tope, hasta que llegaron a una gran ciudad ubicada en medio de un páramo.
Cuando los mercaderes de la ciudad vieron el trigo, pagaron por el mucho dinero: siete bolsas de oro.
Pasaron otros siete dias y Oved regreso al palacio real. Al verlo, el rey le pregunto:
– ¿Has logrado vencer al monstruo?
Oved rio y le respondio: – Si, Su Alteza, lo he logrado, porque el monstruo no es otro que la pereza de sus subditos.
Cuando el rey oyo el relato de Oved y vio las bolsas repletas de oro, exclamó asombrado:
– En verdad, el que labra su tierra se saciará de pan.
Nosotros mismo podemos extraer de anualmente de nuestra tierra siete bolsas de oro , y aún más que eso.
Por favor, Oved, quedate aqui y reina sobre mis subditos. Bajo tu reinado aprenderan a trabajar y amar el esfuerzo.
Oved se negó y agregó:
– En el mundo queda aún mucha gente que no conoce el secreto de la agricultura, y la bendición que esta puede traerle. Debo enseñarles a rotular, arar y sembrar, debo revelarles el secreto del trigo dorado que se convierte en pan.
Y volvió a andar por los caminos, feliz y contento como siempre.
3.- Durante la Segunda Guerra Mundial, la localidad de Nevel fue bombardeada: el fuego cruzado irrumpió en todo el pueblo y rápidamente se incendió.
El rabino Getzel Rubashkin envió a sus hijos, Abraham Aharón y Gabriel para que se dirigieran hacia la Yeshivá y salvaran el Sefer Torá: Los hermanos caminaban cauteolosamente entre las llamas y los restos de las edificaciones encontrándose en el camino también con cadáveres totalmente quemados y algunos desmembrados.
Al llegar a la Yeshivá se encontraron con la sorpresa que las llamas aún no habían alcanzado sus instalaciones, pero estaban peligrosamente cerca, especialmente del Arón kodesh; al llegar a su interior, se encontraron con un hombre, uno de los discípulos, totalmente inmerso en sus oraciones, como si nada estuviera pasando: Se preguntaron entonces: si está es la capacidad de concentración y enajenación en medio de las oraciones de un jasíd, ¿Cómo será la de un rabino?.
4.- Un día en que el rabí David, otro de los discípulos del Baal Shem Tov, estaba de visita en Chernobyl, acudieron a conocerlo y escucharlo unos jasidim de esa ciudad, discípulos de su cuñado, el rabí Motel.
David les preguntó quiénes eran, y cuando ellos respondieron que eran discípulos de Motel, él les preguntó:
– ¿Tienen ustedes fe absoluta en su maestro?
Los discípulos callaron, con la idea de que sería arrogante pretender la posesión de una fe total y suficiente.
Entonces rabí David les dijo:
– Muy bien, les voy a decir ahora qué es la fe. Era la tarde de un sábado, la ceremonia de clausura se había dilatado, y ya estaba bien entrada la noche.
Habíamos pronunciado la oración de gracias, y luego, sin volver a tomar asiento, la oración de la tarde, y asimismo habíamos cumplido el rito de la separación que aparta el día santo de los profanos; tras lo cual nos habíamos sentado nuevamente a la mesa para la comida de despedida.
Los que allí estábamos reunidos éramos gente muy pobre, y no teníamos una moneda en el bolsillo, de modo que a nuestra comida necesariamente debería faltarle algo. No obstante, hacia el final de la cena, el Baal Shem Tov me dijo:
– David, saca unas monedas del bolsillo para que bebamos hidromiel. Yo eché mano al bolsillo aunque sabía que nada había en él, y saqué dos florines de plata, y brindamos con hidromiel.
5.-
Se cuenta que en una ocasión, un maguid llegó a una pequeña población judía; después de dictar una serie de conferencias y charlas, visitó al rabino local, quien era que ayudaba a la población a entender y comprender las leyes de la Torá.
«He decidido que no voy a continuar con mis viajes de enseñanza,» dijo el maguid; «Voy a radicarme en esta ciudad.»
El rabino no salía de su asombro, ante la posición del maguid y le dijo: «¿Cómo puedes esperar a tener algún tipo de ingreso cuando los locales le suelen pagar muy poco al rabino? ¿Cómo puedes pensar que ese poco dinero va a ser suficiente para los dos?
El maguid le dijo: «Déjame contarte una historia. Hubo una vez un granjero que tenía en un corral a un ganso; a menudo el granjero se le olvidaba alimentar al ganso, lo cual le producía períodos de ayuno importantes.
«Un día, el granjero trajo a un gallo y lo colocó en el mismo corral. El ganso le dijo: “yo me estoy muriendo de hambre: no es posible que los dos podamos vivir aquí con tan poca cantidad de comida que yo recibo”.
«El gallo le contestó: No te preocupes. Cuando yo tenga hambre yo puedo cantar. Con ello el granjero se recordará de lo que no ha hecho y entonces nos alimentará a los dos'»
6.-
Elías era un judío piadoso, que cumplía con todos los preceptos, de modo que dejó pasar dos años desde la muerte de su primera esposa antes de casarse con Raquel, la hermana menor de aquella.
Pero jamás dejaba de recordar a su primera mujer. Hablando con un amigo, le confesó una vez:
-Cuánto temo que la muerte de mi primera mujer se haya debido a su propia madre.
Tan contenta estaba la señora conmigo, que me contó una vez que rezaba pidiendo al Señor: ‘Envía a mi hija menor un marido como el que tiene la mayor’. El Señor la escuchó, y no debe haber encontrado, por el momento, otro hombre de mis características.
De modo que la hija mayor tuvo que morir para que HaShem atendiera la plegaria de su madre’.
7.-
Había una vez un justo, anciano, querido y respetado por todos.
Venían a él, hombres y mujeres a confesarse sobre los pecados, pedir su bendición y aprender de sus consejos. Una vez vinieron dos mujeres. Se confesó una de ellas sobre un pecado cometido y le dijo al justo:
«Ya fui a pedir perdón por parte del hombre al que le hice mal, pero a pesar de ello, mi consciencia no me da descanso.
El hombre acepto mis disculpas, pero quién sabe si El Eterno me perdonó. Fue muy grave el pecado que cometí y mi pedido es que también Adonai me perdone.»
El justo se quedo pensando. Otro se dirigió a la otra señora y le pregunto: «¿Y tú?»
Contesto: «Yo solo acompañe a mi amiga, la que se confesó hace apenas un instante.»
Le pregunto el justo:
«¿Y que deseas?»
«Recibir tu bendición».
«Muy bien», dijo el justo, «te doy mi bendición. Parece que no tienes necesidad de confesarte».
Dijo la señora: «No hay cosa alguna que pese sobre mi consciencia, gracias al Eterno. Si pequé, estos pecados son solo pecados pequeños, pequeñas faltas, y no vale la pena que pierdas tu tiempo escuchándome.»
Le dijo el justo a la primera de las mujeres:
«Vi que se rindió tu corazón ante HaShem, y por ello, haz esto hija mía: Sal más allá de la verja de mi casa. Pide y trae una piedra grande y pesada cuanto puedas resistir. Pues es grande el pecado que cometiste.»
Y a la segunda dijo:
«Sal tu también y junta pequeñas piedras, pues tus pecados fueron pequeños.» Salieron ambas e hicieron lo solicitado.
Volvió una y trajo la piedra grande, y la segunda trajo una bolsa llena de piedras pequeñitas.
El anciano observó la piedra grande y las pequeñas y dijo: «Hicieron bien.
Y ahora por favor, devuelvan la piedra grande y las pequeñas que recolectaron justo en el lugar original y vuelvan a verme, entonces les diré mis palabras.»
Fueron las dos e hicieron según solicitara el anciano. La primera encontró fácilmente el lugar de donde extrajo la piedra grande y la depositó allí.
La segunda caminó y trabajó y no pudo encontrar de ninguna manera todos los exactos lugares de donde extrajo cada una de las piedras. Volvió a ver al anciano con algunas de las piedras.
Le dijo el viejo: «Ahora les diré mis palabras. Tú, la primera, depositaste la piedra grande en su lugar, pues recordaste de donde la sacaste.
Así también en cuanto a tu pecado: Recordaste tu gran pecado y torturaste por ello a tu alma. Te avergonzaste de tu pecado y quisiste arrepentirte, y no te avergonzaste en confesarte ante mí. Adonai te perdono.»
«Y tú, la dueña de las pequeñas piedras, pecaste al parecer pequeños pecados, que no pesaron sobre tu corazón y no te causaron dolor, y no te acordaste de ellos y no te arrepentiste por haberlos cometido.
No arreglaste los hechos que cometiste y tal vez les reprochaste a los demás sobre sus pecados. ¿Cómo habrá HaShem de perdonarte?»
Publicado y recopilado por 321judaismo.com