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Cuentos jasidicos

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Cuentos jasidicos

Sexta entrada

  1. 1.       Un hombre viajó a Chelm en busca de la ayuda del Rabino Ben Kaddish, santo entre los santos rabinos del siglo 19 y acaso el más cargante de la época medieval.
    —Rabí —preguntó el hombre—, ¿dónde puedo hallar la paz?
    El sabio lo miró atentamente y respondió:
    — ¡Ea, mira detrás de ti!
    El hombre se volvió y el rabí Ben Kaddish lo golpeó en la nuca con una palmatoria. En seguida, conteniendo apenas la risa y acomodándose el solideo, le dijo:
    — ¿Cómo ves? ¿Te hace falta más paz?
  2. 2.       Un hombre que no podía casar a su hija visitó al rabí Shimmel de Cracovia.
    —Mi corazón se agobia —le dijo al reverendo— porque Dios me ha dado una hija fea.
    — ¿Qué tan fea? —preguntó el vidente.
    —Puesta en una bandeja junto a un arenque, no se notaría la diferencia.
    El vidente de Cracovia pensó durante un rato largo y al final preguntó:
    — ¿Qué tipo de arenque?
    El hombre, sorprendido por el interrogatorio, pensó lo más rápido que pudo y respondió:
    —Eh… ¡Bismarck!
    —Cuánto lo siento —concluyó el rabí—. Si fuera fresco, ella habría tenido mejores oportunidades.

3.       Había una vez un judío cortesano. Vivía en un gran castillo, lleno de habitaciones, grandes jardines y mucho lujo. Sin embargo, este hombre, como muchos otros, tenía un problema: no se sentía feliz.

A pesar de ser el cortesano del rey y tener mucha fortuna y gran prestigio sentía que le faltaba algo. Nunca estaba contento con lo que tenía.

En el castillo trabajaba un hombre que siempre estaba alegre; realizaba sus tareas con placer y en su rostro se dibujaba una eterna sonrisa.

Al encontrarse con él, el cortesano se preguntaba siempre cómo podía ser que un hombre así, tan pobre y con un trabajo tan humilde, se sienta feliz.

Un buen día, comentó el asunto con uno de sus consejeros: -«No entiendo cómo este obrero puede sentirse feliz.

No lo he visto nunca enojado, en su cara siempre hay dibujada una sonrisa.» «Lo que sucede, mi señor, es que este hombre no ha ingresado al «círculo del 99″: es por esto que él es feliz», contestó el consejero.

«¿Y qué es el «círculo del 99»? – preguntó el cortesano. muy extrañado.

«Se lo voy a demostrar.» – dijo el consejero con firmeza. –

«Hoy a la noche, cuando el obrero llegue a su casa, dejaremos en su puerta una bolsa con 99 monedas de oro. El resto lo comprobará Usted por su cuenta.»

Y así sucedió. Por la noche, cuando el sirviente se encontraba en su humilde casa, feliz., con su esposa y sus hijos, el cortesano y el consejero golpearon en la puerta del pobre hombre y dejaron en el suelo la bolsa con las 99 monedas.

Rápidamente se escondieron detrás de un árbol y observaron todo lo que sucedía en la casa. El hombre abrió la puerta, miró hacia un lado y hacia el otro, pero no  vio a nadie.

Sin embargo, encontró en el suelo una bolsa que parecía no pertenecer a nadie. La recogió del suelo y la llevó a su casa. Junto a su mujer y a sus hijos comenzó a abrirla, muy extra­ñado por lo que estaba sucediendo.

Al ver el contenido, comenzó a llorar de alegría, ¡una bolsa con monedas de oro! ¡Qué bien le venía este regalo! A partir de ese momento no tendrá más preocupaciones, sus hijos podrán vestir y comer como los ricos, y su mujer se comprará las mejores ropas. Irán de paseo todos los días, y serán aún más felices. Pero en ese momento decidió contar las monedas, para saber cuán grande era su fortuna. Y comenzó con la cuenta: una, dos noventa y ocho, noventa y nueve…

El hombre se puso furioso,  no podía creer lo que estaba pasando. «¡Me robaron una moneda!», – comenzó a gritar. – «¡No hay justicia en este mundo! ¡Alguien se llevó mi moneda!»

Y fue en ese instante cuando el hombre entró en el «círculo del 99» La expresión de su cara cambió, la eterna sonrisa se transformó en una mueca de bronca y odio, y la sensación de felicidad desapareció para siempre.

En el trabajo, el pobre hombre ya no sonreía ni era amable con la gente, hasta con el cortesano se mostraba hostil.

Un buen día, el cortesano le preguntó qué le ocurría, ¿por qué andaba siempre con esa expresión tan triste en su cara? «Y qué crees tú, ¿qué debo andar siempre contento?» – dijo casi gruñendo. «Yo no soy tu bufón. Hago mi trabajo, y por eso me pagan, pero nadie puede obligarme a estar alegre.»

Frente a esta contestación tan agresiva, el cortesano se ofendió mucho y pronto comprendió lo que significaba pertenecer al «círculo del 99».

Ese pobre obrero vivió el resto de su vida creyendo que le faltaba una moneda para ser feliz. Y él, el cortesano con tantos recursos y tanto prestigio, vivía de la misma manera, creyendo que siempre le faltaría algo para sentirse completamente feliz.

4.       Había una vez un muchacho, bien alto, muy buen mozo. Rico, muy exigente y mañoso con la comida. Su madre estaba desespera­da, pues le compraban y preparaban las comidas más exquisitas en la casa, pero no le gustaba nada.

Una noche fue a comer a un restaurante, quería saber si existía allí algo que le gustara. Se sentó, ordenó varios platos, los probó pero ninguno le agradó. Los puso a un lado y gritó: «¡¿Aquí, acaso, no saben cocinar?!»

Entonces, se le acercó un camarero y le dijo: «Si quieres comer bien, yo te ayudaré. Sólo espera que termine mi trabajo y me acompañarás. Mi madre cocina muy, muy bien.

Te aseguro que nunca comerás con tanto agrado como en nuestra casa.»

El muchacho que siempre estaba listo para probar nuevas comidas, aceptó la invitación con muchas ganas.

Esperó al mozo hasta que éste terminara su trabajo. Una vez ya fuera, el muchacho le preguntó al mozo en dónde vivía y él le contestó que muy cerca del lugar donde estaban.

Empezaron a caminar, a caminar y a caminar, escalaron ce­rros, bajaron llanuras. Después de algún tiempo, el muchacho preguntó: «¿Estamos muy lejos todavía?»

El mozo contestó que estaban por llegar. Continuaron caminando y, luego de dos horas o más. llegaron a la casa de la mamá del mozo. Subieron cuatro pisos y. finalmente. el muchacho que estaba muy cansado, pudo sentarse al lado de la mesa.

El mozo llamó a su madre y le dijo: «Por favor trae un poco de la salsa que sólo tú puedes preparar.» «Con gusto,.. – dijo la mamá y se fue a la cocina y trajo una buena cantidad de salsa.

El muchacho se acercó al plato y comió la salsa sin dejar ni una gota. Llamó a la mamá, agradeció la comida y le dijo: «Señora, en toda mi vida, nunca, comí una salsa tan sabrosa como la suya. ¿Podría servirme un poco más?»

El mozo se echó a reír y le respondió al muchacho: – «La salsa es la misma que tú comiste en el restaurante, pero tú nunca te habías sentado a la mesa tan cansado y con tantas ganas de comer como ahora.»

5.       Baal Shem Tov, era muy conocido dentro de su comunidad, porque sabían que era un hombre tan piadoso, tan bondadoso, tan casto y tan puro que el Señor de las alturas escuchaba sus palabras cuando él hablaba.

En ese pueblo había una tradición muy especial:

Todos aquellos que tenían un deseo insatisfecho o necesitaban algo que les resultaba difícil de conseguir, se dirigían a ver al rabino.

Baal Shem Tov se reunía con ellos una vez por año, en un día especial que él elegía. Y los llevaba a todos juntos, a un lugar muy especial; único; en el medio del bosque, que él conocía.

Y ya en ese lugar, Baal Sem Tov armaba un fuego muy particular con ramas y hojas, y de una forma muy hermosa, y en -tonaba una oración tan silenciosa; como si fuera para poder oírla el mismo.

A Adonai le gustaban esas palabras que Baal Sem Tov pronunciaba.

Tanto se fascinaba con el fuego que armaba de esa forma tan particular, tanto quería esa reunión de gente; en ese lugar del bosque… que era imposible resistir el pedido de Baal Sem Tov y concedía todos los deseos de aquellos que allí se habían reunido.

Cuando el rabino murió, los que con él se reuníanse dieron cuenta de que nadie sabía las palabras que Baal Sem Tov decía. Cuando allí, todos reunidos iban a pedir algo…

Siguiendo la tradición que Baal Sem Tov había instituido, una vez por año; todos aquellos que tenían necesidades y deseos no cumplidos, se reunían en ese mismo lugar del bosque, prendían el fuego, de la forma en que habían aprendido del viejo sabio… y, como no conocían las palabras, cantaban canciones, recitaban un salmo, o contaban algunas de sus cosas en ese mismo lugar alrededor del fuego.

Pero resulta que ya no sabían las palabras que utilizaba el Baal para encender el fuego.

sin embargo, El Eterno disfrutaba tanto del fuego encendido, gustaba tanto de ese lugar en el bosque… y de esa gente allí reunida… que aunque nadie decía las palabras exactas; igual concedía los deseos a todos aquellos, allí reunidos.

El tiempo fue pasando, y la sabiduría se fue perdiendo de generación en generación

Y he aquí; que nos encontramos todos nosotros.

–Que no sabemos cuál es el lugar en el bosque.

–Que no sabemos cuáles son las palabras…

–Que ni siquiera sabemos cómo encender el fuego, a la manera que el Viejo Rabino: Baal She Tov lo sabía hacer…

Pero sin embargo, algo que si sabemos:

Que al Eterno le agrada tanto este cuento; que tanto, es lo que le gusta esta historia… Que sólo basta que alguien la cuente; y alguien la escuche… para que El se dé por complacido, satisfaga cualquier necesidad y conceda cualquier deseo a todos aquellos que leemos este hermoso cuento, a todos aquellos que escuchamos estas hermosas palabras, y a todos aquellos que estemos compartiendo este momento!…

¡Que se cumplan nuestros y vuestros deseos!

(De esta manera nos damos cuenta que siempre hay una gran necesidad; a veces de contar; otras de escuchar; y muchas veces de compartir)

6.       Había una vez un hombre muy rico, cuya fortuna muchos decían que no se podía calcular.

En algún momento decidió que quería beneficiar a otros en su situación, gracias a su bienestar. Hizo un anuncio de que quien quisiera que se le prestara dinero, podría llegar a él sin ningún inconveniente.

Esto fue aceptado por muchas personas que aceptaron esta oferta y, por consiguiente, prestó grandes sumas de dinero.

Este millonario armó un libro especial en el cual registró cada uno de los préstamos que había realizado después de su anuncio.

Sucedió entonces, en algún momento, algo que captó mucho su atención: al estar revisando sus libros, se pudo dar cuenta que había prestado una gran suma de dinero pero que ninguno de aquellos a quienes les había prestado, se tomaba el esfuerzo de pagarle, lo cual le preocupaba y empezó a retractarse de lo que había hecho.

Había un hombre que recibió un préstamo de este millonario, con el cual decidió empezar un negocio. Desafortunadamente para este hombre, su negocio fracasó y lo llevó a la quiebra, no teniendo entonces recursos para pagar su deuda.

Porque era una persona honesta, se sentía muy angustiado y preocupado porque no tenía como devolver el dinero prestado. Después de mucho pensarlo, decidió visitar a su benefactor, para confesarle que había sucedido.

Llegó donde el rico y comenzó a explicarle cómo había prestado el dinero y que había llegado el plazo para cancelar la deuda, sin embargo, había perdido el dinero y no tenía ya más.

Sin embargo, el millonario le interrumpió con una risa: Estás tan preocupado por esa  cantidad que te he prestado, la cual te parece muy grande, pero para mí significa muy poco, con respecto a todo el dinero que he prestado: no sabes cuánto dinero me deben, y lo tuyo, es muy poco en comparación.

Pero, como veo que te sientes muy mal por ello, hay una forma como tu me puedes pagar, y tengo una propuesta para ti: toma este libro en el cual tengo registrado todas las cuentas de quienes me deben dinero. Ve donde ellos, recuérdales la deuda, y hazles sentir la necesidad de pagarla.

Si alguno de ellos te entrega, así sea una pequeña cantidad de lo que me deben, esto se convertirá en una cantidad miles de veces mayor a la cuenta que tú tienes conmigo.

 

7.–  Un rabino tenía tres estudiantes: en algún momento les formula la siguiente pregunta:

«Si tuvieras una hora de vida, ¿qué harías en esta hora que te hace falta?”

El primero de ellos quien estaba leyendo y estudiando, contestó:

«Permanecería esa hora estudiando la Torá.»

El segundo de ellos cerró sus ojos, y respondió:

«Yo permanecería esta hora disfrutando del éxtasis que provee la oración.»

El último de ellos miró fijamente al rabino y le dijo:

«Yo estaría esa hora demostrándole a mi familia cuánto los amo.»

 

El rabino, mirando a cada uno de sus discípulos, y acariciando su barba, se sonrió y les dijo:

«Cada uno de ustedes me ha dado una respuesta sabia, santa y profunda.»

 

Entonces los estudiantes se volvieron a su rabino y le preguntaron:

«¿Qué haría usted en su última hora?»

«¿Yo? Estaría haciendo lo que he estado haciendo, durante toda la vida porque la vida es sagrada.»

El rabino miró a cada uno de sus estudiantes, sacudiendo su barba y sonriendo les dijo: “Estaría haciendo lo que he estado haciendo, durante toda la vida porque la vida es sagrada.»

 

 

Recopilados por 321judaismo.com de cuentos escuchados en clases individuales y grupales varias.

Pensar antes de imprimir, por razones de cuidado del medio ambiente.

03 de Shvat 5772 – 27 de Enero de 2012

 


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